Durante la Gran Depresión nada era fácil en Suecia, y aún menos en las zonas rurales del sur como Smäland. Ingvar Kamprad vivía con su familia en una granja en Elmtaryd y desde pequeño ya mostró señales de ser muy inteligente y bueno con los números.
Viendo que en la granja de su padre las cosechas nunca serían abundantes ni suficientes, decidió a una edad temprana que no sería granjero. Sería comerciante. Inspirado en su abuelo, que tenía un almacén de ramos a 20 kilómetros de Elmtaryd donde, desde niño hacía pequeñas tareas y mandados, Ingvar empezó un modesto negocio. Compraba cajas de cerillas al por mayor y las revendía individualmente, ganando una diferencia y ayudando así a su familia.
Alentado por su abuelo, su primer cliente, Ingvar recorría en bicicleta las casas de los vecinos, distribuyendo su mercancía. Pronto se dio cuenta de que la gente precisaba otras pequeñas cosas y agregó a su negocio tarjetas de Navidad, revistas y semillas de flores. En sus recorridos notaba las cosas que faltaban, ampliando su comercio. Al salir con su padre a pescar, observó que, si cambiaban la pequeña red por una mayor, atraparían más peces y podrían vender los sobrantes. Más tarde, en la escuela secundaria, su negocio tomó otro giro: vender a sus compañeros lápices, relojes, billeteras y cinturones.
Ingvar quería registrar su negocio para poder incorporar más productos y seguir progresando, pero su edad no se lo permitía. En 1943, su padre le dio el consentimiento y pagó el registro de la nueva compañía como regalo de graduación de Ingvar. Fue fácil elegir el nombre, las iniciales de Ingvar más las iniciales de su pueblo Elmtaryd y de su parroquia, Agunnaryd.

Ingvar Kamprad, IKEA
Había nacido IKEA.
La recesión había terminado y muchas compañías estaban construyendo nuevos hogares en las zonas rurales. Ingvar dedujo acertadamente que esas nuevas viviendas precisarían muebles. En Smäland había muchas pequeñas carpinterías.
Resultó sencillo alistarlas para construir muebles a bajo precio, simples y sólidos, bien pensados y bien hechos, sin desperdiciar materiales. El resto es la historia bien conocida de la compañía global que cambió la vida cotidiana de millones de personas y que sigue produciendo billones de dólares en ganancias. Nuestra tendencia como seres humanos es resistirnos cuando tenemos limitaciones. Cuando nos faltan recursos para cumplir con nuestros objetivos. Falta de capital. Falta de personas. Falta de tiempo. Y un largo etcétera…
Lo que nos puede enseñar alguien como Ingvar Kamprad, que fue capaz de lanzar un imperio a base de cajas de cerillas es que, incluso con las limitaciones, es posible crear grandes cosas.
Y, de hecho, hasta puede ser que la innovación y la creatividad sean mejor cuando utilizamos las limitaciones a nuestro favor.